Mi historia con el Gabo

Ocurrió en mis adorados tiempos de reportera de El Impulso. Tuve la suerte de tener carta blanca del periódico y en especial de su director, Gustavo Carmona, para moverme a voluntad, sin pautas, en el ámbito de la cultura y el espectáculo. Gabriel García Márquez estaba en Caracas y era como si la ciudad se hubiera engalanado sin saberlo. 

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Foto de Gabriela Iturbide, México. 1992 

Nos dio una rueda de prensa a un grupo de periodistas saliendo por un breve momento a una sala de los últimos pisos del Hotel Caracas Hilton. Todo distinción. Yo no quedé satisfecha. Quería mi pequeña exclusiva, pero ¿cómo? ¡Si llegar hasta el presidente del Kremlin habría sido más fácil! A Gabo no le gustaba nada que le preguntaran sandeces… y aún le quedaban un par de días en la ciudad. Me puse en contacto con sus representantes que me intentaron desalentar. Insistí. Se lo dirían de tal manera que se abrió una posibilidad. Pero debía ser algo que no ocupara mucho de su tiempo y ofrecí: «sólo tres preguntas». Lo siguiente fueron un día y medio de cacería a las puertas del hotel para pillarlo en uno de sus rápidos traslados al coche que lo llevaba de un punto a otro de la ciudad.
Hasta que, ya al borde su partida, se ve que estaba hablado y se dio la ocasión. Un representante de su comitiva le señaló hacia mi en la sala de butacas a la izquierda del hall de entrada del Hilton (en ese momento, para mi sólo era el hall de veloz salida). Detuvo su rápido camino y lo tuve frente a frente.
Lo siento, no recuerdo qué le pregunté, pensé mucho mis preguntas sólo recuerdo que ante mi temblor completo de sólo pensar que tanto hermetismo me desvelara a un pedante encopetado, me encontré con una mirada dulce y una sonrisa espléndida y casi amorosa hacia una periodista de 20 años cumpliendo su sueño. No le hice tres preguntas tuvimos una microconversación.
Pero su mirada se me quedó sembrada. Esa fue mi mejor respuesta.  

Gracias Gabo, eres por siempre grande.

Pd. El periodista Winston Manrique compartió su bellísima experiencia junto al escritor en una de sus cátedras con periodistas. No tiene desperdicio.

Pensar con el corazón, sentir con la cabeza

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