Vigas: su vida sin prudencias

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“Debemos arrepentirnos de los momentos en que hemos tenido prudencia”, me dijo aquel día Oswaldo Vigas, un pintor y muralista venezolano, de los más brillantes exponentes del arte constructivista a partir de los 50.  Me lo dijo con los ojitos brillantes, traviesos y una sonrisa espléndida que acompañaba a la perfección la frase.  Su palabra se me quedó grabada a fuego como un gran resumen de aquella entrevista y de su concepto de la vida.

Vigas, fallecido recientemente,  residía en un lugar apartado de Caracas y debajo de su casa, tenía un inmenso taller de alto techo poblado de obras grandes y pequeñas. Su discreta estatura lucía aún más chica al lado de sus propias criaturas, parecía sumergirse entre ellas como quien lo hace en el mar. Con deleite propio del niño que abre su caja de los juguetes, abría enormes cajones de los que salían láminas, serigrafías de los más grandes pintores: Picassos, Dalís, Mirós aparecían ante la mirada alucinada de esta servidora.

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Convivían a la perfección con sus tallas africanas y amerindias. Vigas sentía una auténtica pasión por encontrar sus claves pictóricas en las expresiones del arte antiguo indígena de África y América. Le guiaba un profundo sentido del disfrute, como narraba al periodista Albinson Linares de Ultimas Noticias:

“Nunca sé qué voy a pintar porque no tengo un plan. El plan lo da la obra, no yo. Dejo que las cosas pasen y lo más interesante es lo imprevisto. Cojo el lápiz y no sé lo que voy a dibujar; estiro la mano y ella es la que sabe. La dejo a ella”,   Todo dentro de un profundo ejercicio de la libertad: “Uno en la vida puede hacer lo que le da la gana o también no hacer un carajo. O hacer lo que los demás le dicen que debe hacer. Yo siempre hice lo que quise y sigo así. Sigo haciendo lo que me da la gana, pinto lo que me da placer”.

Su sentido del disfrute  podía ir desde la alegría hasta el llanto recurrente del cual no se protegía. Aquel día nos confesó una cosa, con una auténtica sonrisa  pícara: “tengo grabados de los horrores de la guerra de Francisco de Goya en mi habitación”. Ante nuestra sorpresa por tan desgarradoras imágenes en un lugar reservado al relax y a la complacencia del cuerpo lo reconoció: para él lo importante era liberar sus pasiones y allí estaban aquellas imágenes del Goya más irreverente para liberar hasta el infinito su propia vivencia del ser.

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